Por Félix Báez Neris
Salvador Abreu Vega, es hijo oriundo del Barrio Mariana de
Humacao, la tierra que lo vio nacer. Siendo niño, tuvo la riqueza
crecer en el campo que lo encumbró de nobles virtudes como su
sensibilidad y gentileza humana.
Nos dice José Miguel Hernández Matos de Salvador Abreu:
“En su hombría de bien, se define al puertorriqueño auténtico,
nato, producto del campo que filtrará en las fuentes de su ser
las esencias que moldearon su carácter de hombre de tierra
adentro, de campo abierto sin lindes ni fronteras. A su
contacto, templó las cuerdas de su espíritu en la armonía
creadora y límpida de la belleza silvestre, de su entraña
fecunda. Aprendió temprano a amar el limitado predio que le
sirvió de cuna y gustó del plantío; de su identidad con la
naturaleza. Esta experiencia, la cual suele señalar con orgullo,
satisface sus mayores anhelos de hombre y libertad.”
Esas vivencias marcan definitivamente a Salvador y su
trayectoria de vida es cónsona con este juramento: "amar a su
adorada tierra". Al despuntar su adolescencia, se forma en las
escuelas de Humacao hasta su ingreso a la Universidad de
Puerto Rico donde obtuvo su grado de bachiller. En su etapa
formativa profesional cursó estudios en la escuela de
Administración Pública. Su intelecto y su derrotero lo llevó
allende los mares estudiando en la Universidad de Nueva York y
en España. Más tarde cursó dos años en la Escuela de Derecho
de la Universidad de Puerto Rico. La formación profesional de
Salvador Abreu es una cultivada en las más prestigiosas
instituciones educativas.
Su estancia fuera de su ciudad natal, tanto en Estados Unidos
como en España, le permitió conocer a fondo a los grandes
creadores de la cultura, los méritos y su sistema social y las
características lo distinguen como pueblo.
Este periplo vital jamás quebró su virtud de hombre sencillo. Así
lo resalta su amigo José Manuel Hernández “los estudios no
lograron diluir su querencia por las cosas sencillas, buenas,
humildes y cristianas de su campiña” .
La amistad que me une a Salvador Abreu me permite apreciar y
admirar la estirpe valiosa de este insigne humacaeño. A través
de las conversaciones que a ratos sostenemos percibo su
profundo amor por su Ciudad. Es un luchador incansable, que ha
ofrendado su vida por rescatar, salvaguardar y difundir el
respecto y aprecio por la historia y la cultura de su pueblo. La
muestra fehaciente de su trabajo y legado inmenso lo tenemos
en sus valiosos escritos y libros que son tesoros de incalculable
valor para entender y conocer a cabalidad los destinos de la
Ciudad Gris.
Su trabajo es uno matizado por la lucha constante por
salvaguardar los mejores intereses de sus compueblanos. Su voz
se ha levantado sola, como la conciencia de los humacaeños,
contra los desmanes y los desaciertos de proyectos detractores
de los genuinos valores de este pueblo. En otras ocasiones
construyendo y encausando obras culturales permanentes para
el disfrute de las presentes y futuras generaciones. Se
distingue su trabajo con el Centro Cultural, con el proyecto del
Bicentenario de la Ciudad y con la plaza al Cacique Jumacao por
mencionar algunos.
Apreciamos por otra parte su vocación de excelente orador, su
buen gusto por la poesía y su sensibilidad conocedora y cabal
por la música.
Salvador Abreu pone todos sus dotes al servicio de la
comunidad, no se dedicó, –y esa es otra lección de la parábola de
su vida– a labrarse un renombre para acumular riqueza
materiales, sino que pone todo su genio, como administrador,
como orador, como historiador, como hombre de cultura, al
servicio de la causa de adorado pueblo de Humacao. Salvador
nos hace ese llamado de concientización, en las páginas
memorables de: "Apuntes para la Historia de Humacao “, “Se
prefiere mejor la mano “estirada al favor ajeno” aunque para
ello se renuncie al mas bello de los atributos del espiritu: la
dignidad.”
Aquí se resume su vida, toda ella dominada por la eticidad, por el
sentido del deber y el sacrificio.
Son muchos sus llamados a conservar los principios de nuestra
vida como pueblo que nos hace don Salvador. Nos recuerda la
siguiente escena:
“Tanto las veredas de la playa, sus breñales y pantanos, como
las calles y callejones del pueblo se transitaban sin cuidados, no
importaba las horas avanzadas de la noche. Notar la presencia
de alguien era objeto de alegría porque se contaba con quien
compartir. Hoy, ese mismo evento produce aprehensión,
intranquilidad. Y es que ya dejamos de ser quienes fuimos,
vivimos temerosos de unos a otros apartándonos de aquel mundo
de la comprensión y de la seguridad que fue norte y guía en
otros tiempos idos.”
Por todo ese profundo legado de amor a nuestro pueblo, hoy nos
te rendimos este sencillo homenaje. Gracias por las lecciones,
tus pensamientos y el modelo digno de un humacaeño ejemplar,
del cual todos nos sentimos honrados.
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