Pablo Moreno Álvarez nuestro cantor navideño y de siempre
Santiago Maunez Vizcarrondo
Pablo Moreno Álvarez, mejor conocido como Pablo Canina, nació el 1 de enero de 1912 en Humacao, nació cantando, con una sonrisa en su cara y alma de gitano cantaor. Tenía un espíritu libre, no aceptó el yugo delñ ser "paloma mensajera" de otro poeta, Cruz Ortiz Stella. Los músicos y los poetas son hermanos del alma, tienen almas gemelas. Hay "canciones sin palabras" que alegran el corazón pero enmudecen el habla, necesitan la palabra para eternizarla. El gran Pablo Canina era el primero que con su armoniosa y sonora voz, acompañado por su guitarra, comenzaba alegrándonos la Navidad con sus aguinaldos y todo su repertorio navideño.
Pablo era un poeta que, dotado por inspiración divina, hilvanaba sus versos ya musicalizados. Así surgió su canción "Clemencia": "El corazón me pide que te diga, lo mucho que ha sufrido ya sin ti...", música y letra son del mismo autor.
Mi querida madre, doña Juana Vizcarrondo Velázquez, era una de sus admiradoras, decía que la visita de Pablo, a nuestro hogar en la Calle Esmeralda #10 de Humacao, era un bálsamo para su alma, sus canciones románticas alegraban su entristecido espíritu, recordaban su juventud y cantaba con él.
Tuve el privilegio de tener a Pablo, muchas veces, a solas conmigo en mi hogar. Le prestaba mi guitarra; le pedía que cantara algo de él; le dejaba pensar unos segundos; cerraba sus ojos como si estuviera buscando en el álbum de los recuerdos... accionaba la grabadora. Sonreía, tocaba unos acordes, buscando algo que estaba muy dentro de su alma y deseba sacarlo a la luz; un hijo de su sufrida alma, y comenzaba a cantar. Cantaba algo nuevo que jamás había escuchado, música y letra, compuesta al momento, grabada por vez primera.
Terminada la canción, me pedía que se la dejara escuchar. Lo complacía. La escuchábamos en silencio... y sus lágrimas resbalaban por sus rosadas mejillas bañando su alma entristecida. Pablo era un hombre fino en su hablar y su comportamiento, producto de una época con cultura antigua ya casi desconocida. Jamás le pregunté que pasaba en su memoria, en sus recuerdos, en esos instantes; ese momento era muy suyo y yo los respetaba. En esas noches de bohemia cantábamos y brindábamos por la "alegría" y la “tristeza”. Sólo los artistas conocemos eso, el dolor anidado en nuestra alma, paradójicamente, alegra nuestro espíritu, somos así. El odio no existe en el corazón del artista. Pero como nos dijo Rafael Hernández: “no soy de piedra algún día moriré” Y llegó ese día.
El entierro partió de la funeraria a las diez en punto de la mañana. Llegaron algunos de sus familiares del área Metropolitana. Vinieron algunos vecinos y sus amigos de Humacao, los que de verdad le quisimos y admiramos. Sólo faltaron los conocidos. Los líderes se esconden. Entre músicos te veas y lejos de tu país, dice el viejo refrán.
El sarcófago, conteniendo sus restos, descendió a la tumba, cavada en el la tierra, el seno de la Madre Patria, que le vio nacer. Hacía un día claro lleno de sol con un cielo azul digno de los pintores impresionistas. Escuchamos su voz mediante una grabación, pero eso no era necesario, su voz estaba en nuestras mentes, en nuestros recuerdos donde siempre estará. "Aunque quiera olvidarte, ha de ser imposible, porque eternos recuerdos, guardo siempre de ti...” Hoy sólo nos queda su recuerdo y sus grabaciones. ¿Cómo celebramos el nacimiento del niño Dios, la Navidad? Ustedes dirán.
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