¿Qué hacemos con el ICP?
por Javier J. Hernández Acosta | 12 de Abril de 2013 | 12:59 am – 1 Comment
Llegar a los primeros cien días de un nuevo gobierno sin nombramientos en las principales instituciones culturales públicas es preocupante. El tema del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) sigue siendo una gran preocupación para diversos sectores vinculados a la producción cultural. Muchos han perdido la esperanza de que esta institución tenga las capacidades y estructura para asumir su rol, por lo que el debate gira en torno a su eliminación, redefinición o creación de una nueva estructura. Es normal escuchar y leer comentarios en las redes sociales pidiendo que se elimine la institución y se cree una nueva, pero también se plantea que el “nombre no hace la cosa”, en relación a la posibilidad de crear una institución de mayor rango. Hay algo de razón en ambas lados del debate, aunque el análisis debe ser mucho más profundo, incluyendo las dimensiones políticas, administrativas y de visión.
Uno de los grandes problemas del ICP ha estado presente desde el primer día: la política. La creación del ICP es uno de esos maridajes entre el PPD y los intelectuales de la época. En ambos lados había un interés genuino, unos por defender la identidad puertorriqueña y otros que vieron en la cultura una herramienta vital para sostener el proyecto del ELA en un momento de grandes cambios a nivel local y en la región. No corresponde aquí profundizar sobre ese proceso, que muy bien ha sido documentado por varios académicos. Sin embargo, esa movida fue inmediatamente cuestionada por la oposición del PNP, quienes en nombre de una cultura “universal y dinámica” tomaron acciones que afectaron a la institución. A partir del 1968, comenzó la crisis del ICP mediante la creación de instituciones paralelas que fueron poco a poco fraccionando la acción cultural pública.¿Qué hacemos con el ICP? Nos merecemos un honesto y profundo debate al respecto. Uno de los aspectos más importantes en la discusión es la nueva relación economía-cultura, o economía creativa, que tiene a muchos países poniendo dinero a última hora en un sector que descuidaron por años. Por eso hay que ser cuidadosos con las acciones a tomar. No podemos esperar de la noche a la mañana que las empresas culturales y creativas despunten creando empleos y actividad económica. Se trata de un sector muy débil donde el monopolio de los grandes conglomerados ha debilitado su capacidad emprendedora. Sin embargo, este es el momento de hacer un gran inversión en esa base productiva para que a mediano plazo se convierta en un sector económico importante, siempre reconociendo que esa estrategia no debe obstaculizar los objetivos de política cultural, específicamente aquellos de democracia y democratización, libertad de creación, acceso y participación. No olvidemos que en nombre el derecho de autor (el principal mecanismo de creación de riqueza del sector creativo), perdimos por años a Tite Curet de la radio puertorriqueña. Por esta razón, la economía debe ser un recurso para la cultura y no lo contrario. Para potenciar su desarrollo es necesario conocer las dinámicas de esa economía creativa, algo que no se puede hacer únicamente desde la lógica económica. Las instituciones relacionadas deben responder a esta nueva realidad para cumplir con sus funciones de manera eficiente.
Yo apuesto a una Secretaría de Cultura que tenga rango de gabinete, permitiendo que se den las interacciones necesarias entre los componentes de desarrollo económico, educación, familia, turismo, etc. Una Secretaría de Cultura, además del rango de gabinete, debe tener la capacidad de agrupar a las distintas instituciones culturales y eliminar el terrible problema de la fragmentación, algo que por años ha debilitado al sector cultural. Entre esas instituciones independientes yo rescataría a la Corporación de Cine, el programa de artesanos, WIPR, el Conservatorio y demás instituciones culturales. Y aunque suene atrevido, ¿por qué no?, a la Compañía de Turismo. Demasiado dinero se ha perdido por el grave error de construir una imagen de país desde las agencias de publicidad y no desde la cultura.
Atendiendo el grave problema de diseño organizacional, es necesario establecer una estructura matriz que responda a los sectores artísticos pero también a las principales áreas de desarrollo. Esa nueva Secretaría podría tener cinco divisiones que respondan a esos ejes: Patrimonio, Desarrollo Comunitario, Educación, Industrias Culturales y una división de Innovación. Esto significa que un sector como el teatro puede tener proyectos asociados al trabajo comunitario, a la preservación de alguna manifestación particular, a la educación, etc. De esta forma, se podrán atender las propuestas y proyectos con el enfoque correcto. Lo mismo ocurrirá con el cine, la música, las artes visuales y la literatura. La división de innovación será la responsable de la investigación y desarrollo a través de los laboratorios de creación. En otras palabras, se trata del insumo principal para el área de industrias culturales y creativas. Una estructura como esta crea un balance entre la flexibilidad, el enfoque y la continuidad. De igual forma, se pueden crear grupos inter-agenciales para atender proyectos específicos.
Por supuesto, de nada sirve cambiar el diseño si no se cuenta con el presupuesto adecuado, y la recomendación de la UNESCO de un 1% del presupuesto total es un buen inicio. Sin embargo, todavía nos falta descifrar cómo vamos a mantener la política partidista fuera de la cultura. En ese sentido, podrían servir los mecanismos de asignación de fondos a través de entidades cuasi-públicas como los Consejos de Arte. De esta manera se identifican personas de prestigio y respeto en la comunidad artística y otras áreas. De igual forma, es necesario exigir indicadores híbridos como evidencia de impacto y establecer niveles para las organizaciones de acuerdo a sus capacidades y experiencia. Y sobre todo, cumplir con los reglamentos para que no sean letra muerta.
Por alguna parte debemos comenzar la discusión, y el diseño organizacional es un área fundamental. La integración de las instituciones, un presupuesto adecuado, un rango de gabinete que haga justicia a la transversalidad de lo cultural y una dinámica organizacional eficiente son los componentes necesarios para que la acción cultural tenga la importancia que merece.
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