viernes, 9 de diciembre de 2011

Archipiélagos culturales

El nuevo día 9 de diciembre de 2011

PEDRO REINA PÉREZ 

Cierra el año con un aluvión de titulares que presagian que el capricho, la inquina y la vanidad luchan tenaces por amarrar nuestra conciencia. La marea de sangre salpica los ruedos de los ciudadanos y la epidemia de temeridad legislativa compite por establecer nuevos récords de impertinencia y estupidez.

En medio de todo esto, sintiendo la sombra de la ignorancia avanzar sigilosa, intuyo un vacío acaso más peligroso por silente: la cultura desaparece de nuestros medios masivos, desplazada por una ola amenazante de banalidad.

Ni la nostalgia letrada me empaña el lente, ni la lógica perenne de la queja boricua condiciona mi pluma. Más bien me refiero a lo que hojeo, veo y escucho a diario. Cada día son menos los espacios en medios impresos y electrónicos para provocar la controversia creativa, o para reseñar actividades artísticas de relevancia que, desde el terreno del intelecto y la imaginación, interpretan este tiempo desafiante que nos corresponde vivir.

No se trata simplemente de una depresión de la actividad cultural porque, si bien se han reducido los respaldos institucionales y comerciales, ha sido copiosa la labor de artistas, productores y escritores que han apostado a su particular devoción para brindar al público el fruto de su trabajo.

Pero esa labor que lleva una buena cuota de sacrificio se escurre muchas veces ignorada por los medios que tienen la obligación ciudadana de reseñarlos para el registro histórico. Dónde, por ejemplo, queda la crítica de artes visuales; dónde encontrar la crítica de artes escénicas, que tienen ambas una responsabilidad profesional y educativa.

Las reseñas críticas de literatura y música, por otro lado, reflejan todavía algunos signos vitales, aunque sus espacios se achican cada año peligrosamente. En su lugar, leo sobre los senos asimétricos de alguna modelo o el divorcio de algún pelotero, y eso no sería tan grave si en medio de la crónicas del tálamo nupcial o la cirugía plástica, encontrara el relato ponderado de esas otras actividades que conforman el reverso de esa moneda común que llamamos la cultura.

Rehúso sin embargo a resignarme ante estas omisiones y apuesto a la recuperación de la crónica porque este año fueron muchos los agentes culturales que nos dieron pan para la imaginación y el sentimiento. Sin pretensiones exhaustivas, menciono a algunos de los que se negaron a quitarse.

Aplauso para todos los que echaron sobre su espalda La Campechada y el Festival de la Palabra en el Viejo San Juan; a Pedro Adorno, y a su compañía de teatro Agua, Sol y Sereno, por la tenacidad. Aplauso para la Orquesta Sinfónica de la Escuela Libre de Música Ernesto Ramos Antonini y la Orquesta Sinfónica de la Juventud Puertorriqueña 100 x 35, quijotes cabalgando entre medio de molinos. Salud al saxofonista Miguel Zenón por llevar su Caravana Cultural del mejor jazz a Yauco, Barranquitas y Adjuntas; al Orfeón San Juan Bautista por diez años de trabajo luminoso conducido por Daniel Tapia Santiago y Guarionex Morales Matos; y a la cincuentenaria Tuna de la Universidad de Puerto Rico encabezada por Goyito, guardián insobornable del brinco y la pandereta.

Aclamación para la Fundación del Banco Popular y Rojo Chiringa por regalarnos un especial valioso sobre Tite Curet Alonso; a Deborah Hunt y al desaparecido Taller Estudio Yerba Bruja, por la magia de sus máscaras; a la doctora Lolita Villanúa y a la compañía Andanza, por la consistencia; a Cadena Radio Universidad por insistir en enlazarnos con el mundo; y a Teatro Breve por reiterar el valor infalible de la risa.

La mesa estuvo servida y fueron muchísimos los que participaron del banquete. Los que faltaron están convocados el próximo año para que afilen el lápiz y enfoquen el lente. Ojalá que no pongan excusas y se hagan presentes. A todos los creadores, gracias. De todas maneras, gracias.

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