LUIS RAFAEL SÁNCHEZ: Renegar
- El Nuevo Día
- Luis Rafael Sánchez
UNO
NO SE ES PUERTORRIQUEÑO, SE ES CIUDADANO NORTEAMERICANO CON RESIDENCIA EN PUERTO RICO. Enemigas feroces de la verdad, las palabras transcritas en letras mayúsculas son obra de no se sabe quién. Mas, su nombre nada importa. Ocurre que el des- importante renegado también reniega de la Historia, esa sucesión de acontecimientos, gratos e ingratos, contra la cual transcurre cualquier vida. Repito, cualquiera. Hasta la del animal cuyo destino realengo apuesta a encontrar un chin de sosiego- Abelardo Díaz Alfaro, escritor puertorriqueño cuyo hacer monumental anticipa su eternidad, dramatiza un asunto semejante en el cuento Los perros.
También la historia llama puertorriqueños a cuantos se emplean en RENEGAR de serlo. Aludo a la novomundista Historia de Puerto Rico.
Pues de la historia taína o borincana mucho se especula y poco se sabe. Bueno, algo se sabe del Centro Caguana , con sede en Utuado. Y otro tanto se sabe del linaje bravío del clan Agüeybaná, sobre todo de Agüeybaná el Bravo. Por diplomática, por visionaria, por consejera juiciosa, la matriarca del clan llama la atención particular de los estudiosos contemporáneos. ¿Por feminista de avanzada?
DOS
La historia de Puerto Rico arranca un diecinueve de noviembre del mil cuatrocientos noventa y tres, durante el segundo viaje al Nuevo Mundo del descubridor genovés Cristophoro Colombo. Lo de novomundista, lo de Nuevo Mundo, lo de descubridor , tiene el aquel envalentonado del genovés y de Isabel la Católica, tan poderosa y tan sagaz ella. De la alianza de intereses políticos entre la Reina y el plebeyo genovés me entera el libro El yugo del poder. Tras calcular los beneficios que aguardaban a él y a los suyos, el genovés ascendió a épica gloriosa lo que fue cálculo desacertado.
¿Beneficia meter la pata de cuando en cuando? -temo que sí. La cuestionada épica advino a munificente: en un ámbito territorial de ubicación privilegiada, que radica en Santo Domingo de Guzmán, la placentera capital de la República Dominicana, se alza el Palacio de Diego Colón, el hermanazo del Gran Almirante. Como tal identificaremos a Cristophoro Colombo, o Cristóbal Colón, en lo adelante.
TRES
Durante su segundo viaje al Nuevo Mundo, el Gran Almirante apenas si conoció a Boriken o Borinquen, topónimos taínos de la isla que acabaría nombrándose Puerto Rico. Ambos topónimos dan pie a los gentilicios boricua y borincano , aprovechados como sinónimos del gentilicio puertorriqueño . Poetas excelsos, como José Gautier Benítez, celebran su país con entusiasmo- Borinquen, nombre al pensamiento grato, Como el recuerdo de un amor profundo. Igual entusiasmo reivindican algunos compositores de música, entre ellos los excepcionales Rafael Hernández y Antonio Cabán Vale. Escribe el primero, galanteando la isla con ardor- Preciosa te llaman los bardos, Que cantan tu historia, Preciosa por ser un encanto, Por ser un edén. El segundo opta por mezcolanzar el verde del monte y el verde del mar y compendiar una verde luz edénica, no obstante terrenal.
Dichos entusiasmos nutren el sentimiento de la puertorriqueñidad, honda convicción nada vacua, nada frívola, nada superficial, como la ataca el renegado de turno. Una convicción siempre presta a esperanzar. Tomo en préstamo una afirmación irrebatible del escritor portugués José Saramago para revalidar la puertorriqueñidad: Vivimos para decir quiénes somos . Irrebatible: cuantos nacemos en Puerto Rico somos puertorriqueños. Menospreciar tan rotunda verdad reduce a sujeto menospreciable a quien la divulga. Sí, la ciudadanía norteamericana obedece a un acuerdo entre representantes de los invadidos y de los invasores, sugerido por el congresista William Atkinson Jones, cinco y pico siglos después que la puertorriqueñidad nos arropara y definiera. Siendo así desatina, vergonzosamente, quien intercambia los conceptos de nacionalidad y ciudadanía.
CUATRO
Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa: lo que el Gran Almirante conoció de Boriken o Borinquen, si bien poco y fugazmente, hoy nomina uno de los tramos más sensuales de Puerto Rico, el país de cuantos fuimos, de cuantos somos y de cuantos seremos puertorriqueños. No me cansa recorrer dicho tramo. No me cansa observar los culivicentes del mar cuando navega por las costas boscosas entre Humacao y Yabucoa y entre Maunabo y Patillas. Mis ojos consideran medicinal tan hechicero costear. Que realicé, la primera ocasión, a instancias del profesor humacaeño Félix Báez, con la memoria como cámara fotográfica. Luego, incurable vicio paisajístico, repito el costear cuantas ocasiones quiero agasajar a gente afín o cuantas ocasiones urge que el paisaje me cure.
El costear se inicia con la salutación a un barrio rural humacaeño de nombre promisorio, Buena Vista. Luego se produce el adiós al cabo de tierra yabucoeña que se adentra en el mar,
Cabo de Mala Pascua se llama. El cos-tear pausa en la arena rubia del maunabeño barrio rural Emajagua y en la vasta Playa California , playa que le improvisa una verja líquida a Maunabo. El costear culmina, jubiloso, en los Bajos de Patillas. Lo que conoció, si bien fugazmente, el Gran Almirante lo motivó a exclamar- ¡Que mala Pascua! Aquel debió ser otro día nuestro, secuestrado por las lluvias torrenciales y decorado por el gris plomizo. Aquel debió ser un día confortado por el friíllo sabrosón que propicia acurrucarse en compañía deliciosa. Aquel fue un día en vísperas de las solemnidades pascuales de finales del año. ¡La exclamación del Gran Almirante consistía en un informe meteorológico!
CINCO
Renegado, malas noticias aguardan a su RENEGAR: resídase en las cien millas por treinta y cinco que mide la menor de las Antillas mayores, o resídase en uno de los cincuenta estados de la nación norteamericana, los PUERTORRIQUEÑOS FUIMOS, SOMOS, Y SEGUIREMOS SIENDO PUERTORIQUEÑOS, AUN CUANDO A USTED LO MORTIFIQUE O AVERGÜENCE.
“Cuantos nacemos en Puerto Rico somos puertorriqueños. Menospreciar tan rotunda verdad reduce a sujeto menospreciable a quien la divulga”
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