Por: Félix Báez Neris
Roberto Pou (Foto cortesía de Juanito Hernández)
Roberto Pou Carrillo es natural de la Avenida
Muñoz Marín de Humacao. Estudió en las escuelas del pueblo. Fue un gran deportista destacándose en el
béisbol donde llegó a jugar Clase A. Recibió
una oferta para firmar profesional pero optó por ingresar a la Guardia Nacional
para asegurarse un futuro.
Pou sufrió un aparatoso accidente cuando
el "Jeep" de la Guardia Nacional donde viajaba hacia el Campamento de
Salinas se fue por un precipicio. Hubo que trasladarlo en helicóptero hasta el
hospital. Sufrió múltiples contenciones y una grave herida en una pierna. Ese
accidente lo marcó de alguna manera.
En su primer matrimonio con Edelmira
López tuvieron dos hijos Roberto y María Idalia. Al cabo de un tiempo se divorcia y se fue a
vivir a la Playa de Humacao.
Roberto ingresó a trabajar como
carpintero en la antigua Corporación de Renovación Urbana y Vivienda (CRUV), hoy Departamento de la Vivienda. Sus
habilidades y destrezas en esta noble profesión las heredó de su abuelo y de su
padre. Su lápiz pegado a su oreja como
por arte magia, parecía dictarle las
líneas y los trazados que le daba a la madera. Meticuloso, perfeccionista y
delicado en su trabajo.
Pou conoció al amor de su vida, a Milagros Rosario y luego de pasar la
consabida aprobación familiar se casaron. Ducho en el arte de la construcción
levantó su casa en la calle 4 de la Urb. Mabú.
Fue uno de los residentes pioneros de la Urbanización. En este hogar nacieron sus hijas Zulma, Lorna
y Sandra que murió bien jovencita. Dejó
profundas huellas de amor, cariño y afecto tanto en la familia como en la comunidad,
que lo reconoce como ciudadano ejemplar.
Fue miembro fundador de la Asociación
Recreativa de Mabú, que luego fue extensiva a Los Rosales y San Francisco. Lo
vimos trabajar con esmero y dedicación en las actividades que se organizaron. Construía
las tarimas, acondicionaba el parque pasivo, fungía de oficial en las
competencias de las carreras del pavo que celebramos, en fin siempre estaba
dispuesto a la tarea. Junto a la directiva de la Asociación logró gestionar que
se colocaran instalaciones recreo- deportiva al parque pasivo, canchas de
baloncesto, una pista para caminar y un centro comunal. Y lo más importante, con una sonrisa perenne provocada por la
satisfacción del deber cumplido.
Atesoraba con
especial dedicación a sus amistades. En
la calle 4 se juntaron un cuarteto que se hizo famoso y se conoció como “Los
Intocables”. Era una especie de superhéroes comunales. El grupo lo integraron
Vitín Rivera, Pigüi
Rosario, Peyo Poupart y Pou. Los fines de semana se reunían frente a un
arbolito y un banquito que montó Pou en su casa. Los guisos y platos más exquisitos se confeccionaban
allí. Se podía disfrutar desde un estofado, un asado, un guisado del ave o el animal predilecto que
cayera en la famosa olla. Todo esto
mientras se barajeaban los dominos y se disfrutaba de la buena música de
bohemia. Fueron muchas las ocasiones en que rayando el día, Milagros tenía que
salir y decirle las palabras mágicas “Calabaza,
calabaza todo el mundo paꞌ su casa”.
En una ocasión al grupo de “Los
Intocables” se les ocurrió ir a para al Festival de Vieques. Pou se extravió
entre la multitud de gente que se encontraba en la Plaza de la “Isla Nena». Los amigos que lo acompañaban se dirigieron a
la tarima y pasaron una nota para poder localizarlo.
El papelito lo agarró Pellín Rodríguez, que estaba un poco bajo los efectos del
Bilí y acercándose al micrófono dijo “Se
perdió un Tiburón”. Desde esa ocasión Roberto quedó bautizado como “el Tiburón”.
Del grupo de “Los intocables” solo nos queda el amigo Peyo, que estoicamente
luce su brillante capa.
Pou siempre sacaba un ratito para
compartir con sus amigos en el negocio
de “Luis el pobre” ubicado en la comunidad. Disfrutábamos de su agradable
compañía de las anécdotas y chistes que nos contaba. Todo el que entraba iba a saludarlo con
alegría y decirle una que otra broma. Recuerdo que al pasar unas cuantas horas
decía; “Yo me voy porque no soy agente libre”. Peyo le seguía tarareando; “es tarde ya me voy Margarita me
espera”.
Pou se jubiló de la (CRUV) Departamento
de la Vivienda. Tuvo la mejor jefa del mundo, nada más y nada menos que
Milagros Rosario. Al tiempo de jubilarse compró un predio de terreno en el
campo de Tejas de Humacao. Salía todos los días tempranito en su “pickup
colora” para su acogedor y apacible finquita. Allí construyó un ranchito y disfrutó
en grande de la naturaleza cultivando la tierra y cocinando manjares en un
fogón. Recuerdo que contaba con muchas aves entre las que se destacaban los
patos. Créanme que cuando nos extendía una invitación para disfrutar de uno de
esos ricos platos nadie faltaba. Marianito hasta se anotó en una vieja libreta para que
no dejaran de avisarle del próximo bembé.
Roberto fue un pilar de la familia.
Siempre se le observó atento, dedicado, cariñoso, alegre, comprensivo,
respetuoso y dando sabios consejos a sus hijos y nietos. Construyó en el casco
urbano del pueblo la casa de María Idalia su hija mayor. Además, fabricó las casas
de sus hijas Zulma y Lorna en el barrio Tejas.
Pou fue un hombre de mucha fe y fortaleza moral. Muy comprometido con la
Iglesia. No faltaba a la misa acompañado de su inseparable esposa. Siempre
presto ayudar en la capilla de la comunidad San Pedro y San Pablo o en la
Cocatedral. Disfrutaba mucho de las actividades que se realizaban para los
niños. Recuerdo que una ocasión que construyó
una hermosa cruz para las “Fiestas de
la Santa Cruz de Mayo”. Su vecina “Mode”
la decoró hermosamente. Todo el mundo tuvo que ver con esta cruz y la llevaron
por varias comunidades.
Se sentía muy orgulloso de pertenecer al
Club Aries. Salía elegantemente ataviado con traje y corbata. No podía faltar su
lujoso brazalete. Allí disfrutaba a plenitud junto a su esposa Milagros de las
actividades. Gustaba de la buena música, el baile, las selectas canciones y del
agradable ambiente en el lugar. Era un asiduo colaborador, responsable y comprometido
con la Organización.
Roberto destilaba bondad y
sencillez. Su voz era suave y pausada. Su mirada delataba la nobleza de su alma. Como buen carpintero construía nichos de
amistad en los corazones de las personas.
En los últimos meses su salud se
quebrantó. Rodeado de su familia se despidió en paz de este mundo, el pasado
sábado, 29 de agosto de 2020 a los 91 años.
De seguro va inspeccionando la madera, acariciando la textura y
nivelando la vela de su barca.
Hasta
luego buen amigo “QUE TENGAS BUEN MAR HASTA LA OTRA ORILLA”