Félix Báez Neris
El pasado martes, 28
de julio de 2020 escuché la noticia en Radio Walo. Un disturbio atmosférico amenaza con acercarse a la zona del
Caribe. Me quité la mascarilla para
respirar un poco de aire ante la incredulidad. Me recuperé un poco y decido
echarle un vistazo al plan de emergencia. Busqué entre los documentos y
encontré el plan de terremotos, el plan del Covid, el plan de los meteoros y
finalmente encontré el plan de huracanes.
El miércoles ya se vislumbraba el
paso inminente de la tormenta Isaías por Puerto Rico. Yo estaba escéptico y en
negación. Levanté el tanque de gasolina para
llenar la planta. Para mi sorpresa estaba casi vació. Corrí para la estación de
gasolina y allí me encontré con tremenda fila y con la histeria colectiva. Como
pude llené el tanque y agarré para la casa a pegarme de la radio. La tarde y
noche transcurrió tranquila. Escuché y observé a los periodistas en la
televisión con sus capas secas anunciando la tormenta. Me acosté a las 12 de la
noche con cierta incredulidad con respecto al paso de la tormenta.
A las tres de la mañana se desató la torrencial lluvia. El sistema eléctrico colapsó de inmediato. Nos
enfrentamos al primer evento ciclónico luego de María. Los recuerdos comenzaron
a proyectarse como en una sala gigante de cine. Llegó con bandas y vientos que arreciaba con fuerzas. Mi compañera Ruth se mantuvo en vigilia toda
la noche junto a su mamá. Yo me levanté de madrugada. Ya para la 6 de la mañana
la masa de copiosa lluvia arropaba a Humacao y todo Puerto Rico. El avisó de inundaciones
repentinas por poco revientan el celular.
Sintonicé como de
costumbre a Radio Walo para informarme de las noticias regionales. Me enteré
que los ríos Humacao, Antón Ruiz, Guayanés y Río Blanco se convirtieron en furiosos y torrenciales
cuerpos de aguas. La quebrada de Mariana
estaba alborotada con su traje largo.
Las carreteras como
la 931 se inundaron de esquina a esquina. Los árboles caídos sobre el tendido
eléctrico era la orden del día. Se advierte que no se realizó el consabido
trabajo de poda de árboles. La
consecuencia inmediata es la falta de
energía eléctrica. La vulnerabilidad en
general salió a flote.
Las fuertes ráfagas
de vientos tumbaron árboles, plátanos, panas y aguacates. Los agricultores y el país sufren esta dura pérdida. No queda de otra, volver a levantar la semilla. La cosecha de los plátanos tarda alrededor de
10 meses.
Se cayó la palma
-escuché en la radio-. Pero no era un
anunció político, se trataba de una palma que efectivamente el viento había
derribado. La tormenta mostró particular furia en contra de los
políticos. Arrancó carteles y promociones
de los distintos candidatos.
Mi calle bañada por
el impacto de la lluvia parecía que tarareaba una canción. Los árboles eran despeinados por el viento.
Las hojas juguetonas disfrutaban del deslizamiento hasta las alcantarillas
donde se arremolinaban.
Las paredes de
la casa estaban empapadas. La brisa,
fría como un soplo entraba por la ventana. El agua corría por las tuberías como
torrente sanguíneo. Dos chorros como gruesos lagrimones caían sin cesar.
Encendí la cafetera y de inmediato el
aroma se esparció por toda la sala. El café nos calentó el alma y nos
insufló aliento para continuar.
Las palmas frente a mi residencia bailaban al son africano traído por el viento. Una luz grisona se colaba entre las obscuras y voluminosas nubes. Se asomaba justamente por el mismo lugar por donde se pone el reluciente sol de la mañana. El día del jueves confrontó dificultad para despertar un misterioso aluvión se lo impedía. Los aguaceros juntaban cielo y tierra.
Al filo de la tarde,
amainó la lluvia y con mucha dificultad un rayo de luz comenzó tímidamente a
asomarse. El rabo de la tormenta se
alejaba. La cotidianidad comenzaba a
presentarse. La calle lucia remozada.
Copia del escrito en La Esquina: https://issuu.com/tititorosa/docs/edicio_n_637_-_perio_dico_la_esquina/16
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