sábado, 27 de junio de 2020

El polvo del Sahara y la sequía




Jorge Bauzá: El polvo del Sahara y la sequía

gerald.lopez@gfrmedia.com
La nube del polvo del Sahara arropó el Viejo San Juan, minimizando la visibilidad y demarcando un cielo gris.

Para el 1883, Charles Darwin observó en su viaje por las Islas Canarias un talco color rosado en la cubierta del barco, sin saber que se trataba de las arenas del desierto del Sahara. Esa misma capa que hoy llamamos coloquialmente polvo del Sahara, pero cuyo nombre correcto es la Capa de Aire del Sahara (CAS). Gracias a Darwin, podemos constatar que la CAS no es un fenómeno de hoy día. Lo que sí podemos decir con mucha probabilidad es que la intensidad de la CAS hoy día es mucho mayor.


Por otro lado, estamos ante un evento de sequía y posible racionamiento de agua potable. Esta sequía, al igual que la CAS, viene ocurriendo por siglos, pero tal vez hoy día ocurre con mayor intensidad. Precisamente, estos fenómenos que experimentamos son producto de los cambios climáticos. Cambios que se reflejan en que estos fenómenos ocurran con mayor intensidad, a veces con mayor frecuencia, que antes.

Todo comienza al norte del continente africano, cuando las arenas del desierto del Sahara se levantan, vuelan y viajan impulsadas por los fuertes vientos. Vientos tal vez más intensos que antes… cambio climático. Y bastante arena, pues se estima que unos 12 millones de toneladas métricas de polvo del Sahara vuelan unos 6,500 kilómetros, cruzando el Océano Atlántico. Junto a las arenas del desierto viajan también minerales, nutrientes, trazos de metales, hongos y bacterias. Por supuesto que gran parte de estos terminan su viaje en el fondo del mar, transformándose ahora en sedimentos litogénicos.

La CAS, o la calima, como se le llama en España y Portugal, presenta impactos variados, positivos y negativos. Por ejemplo, sufrimos el calor, la poca visibilidad, problemas respiratorios, el carro sucio, pero posiblemente experimentemos menos huracanes en la temporada. Sucede que la CAS enfría las aguas superficiales del Océano Atlántico, pues actúa como sombrilla bloqueando la radiación solar, siendo así que al enfriar las aguas superficiales del océano reduce la probabilidad de que se formen huracanes intensos, ya que los huracanes se forman y nutren del calor superficial del agua. Por otro lado, en el mismo océano puede ser algo negativo, pues además de arenas transporta unos 150 patógenos distintos. Entre estos se encuentra el hongo Aspergillus sydowii, el cual infecta los corales, en especial los corales blandos, como el abanico de mar.

En el océano abierto y profundo es una fuente de hierro y nutrientes hasta beneficiosa para estimular las cadenas alimenticias y la absorción de gases de invernadero. Pero en la costa es otro cantar, pues de la misma manera estimula el crecimiento de microalgas tóxicas, las cuales producen toxinas en el agua y aire que afectan la vida acuática. Muerte de peces, aves y delfines, así como problemas respiratorios a los vecinos del litoral, son algunas de las consecuencias. A este fenómeno se le llama la Marea Roja, por el color de estos microorganismos que impactan al agua. Pero también la CAS es fuente de arena para algunas playas, como ocurre en las Bermudas, que tiene unas bellas playas con arena color rosa, del Sahara. Y así podríamos enumerar sus beneficios y también sus impactos negativos, uno tras otro, los observados, los posibles y los imaginables.

La CAS es un excelente ejemplo de la fuerte interacción que existe entre la tierra, el océano y la atmosfera. Todo en este planeta está conectado. Estudios demuestran que el polvo de la CAS inhibe la formación de nubes y la producción de lluvia en Puerto Rico. Su aire caliente evita la convección del vapor de agua que precede a la lluvia. Por tal razón, cuando tenemos el polvo del Sahara, experimentamos un atraso en las tan esperadas lluvias, lo que se traduce en sequía y posible racionamiento del agua potable. Y no porque lo escribo yo, es que lo estamos viviendo ya esta semana. Vemos que no hay fenómenos aislados, en la naturaleza todo está conectado como en una red de pesca o telaraña.

Como civilización tenemos que aprender a vivir con esto. A diseñar e implementar medidas que nos ayuden a convivir, a tener la capacidad de continuar y recuperar ante los cambios climáticos, a ser resilientes. Gente resiliente, una comunidad resiliente, un país resiliente. Algo que comienza con las decisiones que tomemos hoy, cuando decidimos qué vamos a comprar y consumir, ya sean alimentos, productos, agua y/o energía. Al final es nuestro entendimiento y conducta sostenible hacia la naturaleza lo que podría ayudarnos a movernos hacia el próximo capítulo en nuestra historia.

Cuando tenemos el polvo del Sahara, experimentamos un atraso en las tan esperadas lluvias, lo que se traduce en sequía y posible racionamiento del agua potable. Lo estamos viviendo ya esta semana”


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