La Semana Santa; la Semana Mayor
¿Quién es el que mejor puede hablarnos
sobre la Semana Santa, la Semana mayor? Pues nuestro Padre Rivera, desde el
recuerdo. Escuchémosle, para empezar, en un soneto “Calvario Lírico”
dedicado a su hermana Virginia, que lo publicaré como si fuera prosa:
“Esta es el árbol de las siete ramas, este
es el cuerpo de las siete heridas, este es el fuego de las siete llamas, este, el
hortal de siete florecidas. Esta es la puerta de las siete llaves, este es el
libro de los siete sellos, este es el nido de las siete aves, este es el sol de
los siete destellos. Este es el beso de los siete labios, este es el fruto de
los siete agravios, este es el rito de siete abracadabras; este es el nudo de
los siete lazos, este es el signo de los siete brazos, este, el ritmo de las
Siete Palabras”.
“Aquí fue, junto a la Cruz donde habó por
última vez el Hijo del hombre, Jesús. Esta es la escena: sobre la cumbre tres
maderos y alrededor el pueblo”.
Desde el cielo azul de aquella tarde una
voz dice: ¡Popule Meus! …Y es
otro soneto que escribo en prosa: Dice el Padre: Hijo mío, te ha insultado la
turba; no respeta tu persona, de tus santas doctrinas se ha olvidado, y al tiempo
de la prueba te abandona. Tus viñas y trigales ha hollado, por Judas contra ti
se envalentona, y las palmas y olivos ha trocado por agrias zarzas para tu
corona. Abofeteó tu rostro, irreverente, y para escarnio te juzgó demente, tu
ropa desgarró con odio impío; ¿Qué castigo le doy para escarmiento?... Dijo el
patriota en su postrer momento: ¡Es mi pueblo, perdónalo, Dios mío!
“Sobre
los improperios que arrojó el pueblo judío contra su Mesías, la Iglesia ha
contraído una de sus más bellas ceremonias. Aparece el Cristo contestando a los
insultos, y en sus respuestas vuelve mil veces sobre este delicado ritornelo:
Popule meus-pueblo mío-¿qué te hice, o en qué he podido causarte tristeza?...
Yo te saqué de la tierra de Egipto, tú me preparas una cruz. Pueblo mío, yo te
conduje por los desiertos; tú me conduces al Calvario. Pueblo mío, yo te cuidé
como viña preciosa; tú me brindas hiel y
vinagre. Pueblo mío, yo azoté por tu bien a los egipcios; tú me azotas como si
fuera un esclavo. Pueblo mío, yo te libre de la esclavitud faraónica; tú me entregas
atado a los príncipes. Pueblo mío, yo abrí a tus pies el mar rojo; tú abres con
tu lanza mi costado. Pueblo mío, yo guié tus pasos con mi columna de
fuego; tú me guías a la columna del
pretorio. Pueblo mío, yo te alimenté con maná y agua milagrosa; tú me hartas de
azotes y bofetadas. Pueblo mío, por tu bien herí al rey de los cananeos; ú me
hieres con un cetro de caña. Pueblo mío, yo te elevé a la cima de una
civilización grandiosa; tu me elevas a la cumbre de un patíbulo. Pueblo mío,
pueblo mío, pueblo mío”.
“No conozco
página de más intenso patriotismo”.
El sacerdote yaucano que llegó, en el 1922,
como regalo de Dios, a nuestro pueblo de Humacao, y sus restos descansan en
nuestra Iglesia Dulce Nombe de Jesús, termina estos breves pensamientos con la
oración de Jesús: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, El soneto: Manos
Suaves:
“Manos santas de mi madre; manos fuertes de
mi padre, manos piadosas de amigos, manos dulces de enemigos; Manos que curan
heridas, manos de alma fraternas, manos
que salváis las vidas, manos de caricias tiernas; manos de unciosos
varones, manos que echáis bendiciones, manos de raros hechizos, manos de signos
rojizos, ¡manos suaves, a mis labios de cera acercarme la Cruz cuando muera!
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