Bohemia con Julia en el equinoccio
Nota: Tomado de la edición electrónica del Vocero de Puerto Rico. http://elvocero.com/bohemia-con-julia-en-el-equinoccio
Por Jorge Rodríguez, EL VOCERO – 4:00 am
"Nosotros como medio consideramos que la actividad echa hacia adelante la cultura de Puerto Rico, y allí donde eso ocurra, nosotros vamos a estar presentes”, señaló el Presidente de EL VOCERO de Puerto Rico.
En una obligada liaison estética, el Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR) y el periódico EL VOCERO se han unido en saludo a la Comisión Nacional del Centenario de Julia de Burgos, para conmemorar el primer siglo del nacimiento de la excelsa poeta, quien naciera en Carolina en 1914 y falleciera 39 años después. La actividad se titula ‘Bohemia con Julia en el equinoccio’, que tendrá un preámbulo la noche del jueves 20 de marzo y comenzará a las 10:00 am del viernes 21, con una extensión de 24 horas.
“Es una bohemia con micrófono abierto, en la que vamos a abrir las puertas del Museo a todos los escritores, poetas y artistas en reconocimiento a esta insigne poeta, uniéndonos al trabajo de la Comisión que está desarrollando esta gesta de actividades relacionadas a Julia. Nuestro propósito es que venga todo aquel que quiera rendir homenaje, y el hecho de estar abiertos 24 horas tanto a nivel performático como a nivel radial, definitivamente sentará una pauta en ese retomar de nuestros valores, nuestra esencia, y nuestra cultura, a través de una mirada como la de Julia”, declaró la Dra. Lourdes Ramos, directora ejecutiva del MAPR y artífice de la actividad.
Edward Zayas, presidente del EL VOCERO de Puerto Rico expresó sentirse muy privilegiado de participar en este evento. “Respondimos inmediatamente al Museo en beneficio de las generaciones jóvenes a las que les hace falta conocer la aportación de Julia en la historia de Puerto Rico”, destacó Zayas.
“Me parece que en la forma de bohemia es un vehículo para transmitir lo que realmente es Julia y lo que representa para todos nosotros. Nosotros como medio consideramos que la actividad echa hacia adelante la cultura de Puerto Rico, y allí donde eso ocurra, nosotros vamos a estar presentes”, añadió el Presidente de EL VOCERO de Puerto Rico.
Marilú Carrasquillo por su parte, portavoz de la Comisión del Centenario, que preside la sobrina de la poeta, licenciada Consuelo Sáez Burgos, apuntó que su tarea es promocionar las actividades del centenario durante un año con todas las organizaciones culturales, municipios y asociaciones que se les unan.
“El que el Museo de Arte de Puerto Rico se una a esta actividad con el apoyo de una institución periodística como EL VOCERO, en este espacio de arte, y que se pueda celebrar en una noche tan mágica, es maravilloso y lo agradecemos mucho”, indicó. Para mayor información, comunicarse con Ivanska Cano en el MAPR al 787-977-6277, extensión 2201.
“Es una bohemia con micrófono abierto, en la que vamos a abrir las puertas del Museo a todos los escritores, poetas y artistas en reconocimiento a esta insigne poeta, uniéndonos al trabajo de la Comisión que está desarrollando esta gesta de actividades relacionadas a Julia. Nuestro propósito es que venga todo aquel que quiera rendir homenaje, y el hecho de estar abiertos 24 horas tanto a nivel performático como a nivel radial, definitivamente sentará una pauta en ese retomar de nuestros valores, nuestra esencia, y nuestra cultura, a través de una mirada como la de Julia”, declaró la Dra. Lourdes Ramos, directora ejecutiva del MAPR y artífice de la actividad.
Edward Zayas, presidente del EL VOCERO de Puerto Rico expresó sentirse muy privilegiado de participar en este evento. “Respondimos inmediatamente al Museo en beneficio de las generaciones jóvenes a las que les hace falta conocer la aportación de Julia en la historia de Puerto Rico”, destacó Zayas.
“Me parece que en la forma de bohemia es un vehículo para transmitir lo que realmente es Julia y lo que representa para todos nosotros. Nosotros como medio consideramos que la actividad echa hacia adelante la cultura de Puerto Rico, y allí donde eso ocurra, nosotros vamos a estar presentes”, añadió el Presidente de EL VOCERO de Puerto Rico.
Marilú Carrasquillo por su parte, portavoz de la Comisión del Centenario, que preside la sobrina de la poeta, licenciada Consuelo Sáez Burgos, apuntó que su tarea es promocionar las actividades del centenario durante un año con todas las organizaciones culturales, municipios y asociaciones que se les unan.
“El que el Museo de Arte de Puerto Rico se una a esta actividad con el apoyo de una institución periodística como EL VOCERO, en este espacio de arte, y que se pueda celebrar en una noche tan mágica, es maravilloso y lo agradecemos mucho”, indicó. Para mayor información, comunicarse con Ivanska Cano en el MAPR al 787-977-6277, extensión 2201.
A un siglo de su nacimiento
Basados en la fragilidad de la memoria —sobre todo la colectiva— valen retrotraer los últimos recuerdos de la inmortal poeta boricua Julia de Burgos (1917-1953), de boca de sus fenecidas hermanas Consuelo y Angelina, según recogidas por este redactor, y que dibujan la sensibilidad y pasión de la poeta y de la vida que llevó con sus 12 hermanos criados en la extrema pobreza, en el barrio Santa Cruz de Carolina, durante el primer cuarto del siglo XX puertorriqueño.
A un siglo de su nacimiento, la eximia creadora de ‘Poemas exactos a mí misma’ (1937), ‘Poema en 20 surcos’ (1938), y ‘Canción de la verdad sencilla’ (1939), todavía penetra incisivamente la psiques iberoamericana, con toda una lírica que devela al amor y la muerte presentida, así como la defensa de los derechos de la mujer, la protesta social, la rebeldía y la compenetración del misterio.
Recuerdos de Angelina
“Nosotros éramos 13 hermanos. Julia era la mayor; Carmen, la segunda; Consuelo, la tercera y yo venía siendo la cuarta de las mujeres. Tuve un hermano, José Francisco Burgos, que vivió en Brooklyn e Iris Violeta quien residía en Rhode Island. Todos los demás se murieron pequeñitos. Su niñez fue de una vida muy libre en el campo. Se iba a correr caballo y después cuando se sentía triste iba a sentarse a la orilla del Río Grande de Loíza. Allí pasaba los días, le tiraba lirios salvajes al río y se adornaba la cabellera con flores silvestres”.
Describió Angelina que todos vivían en una casa de paja que no tenía puertas ni ventanas. Julia dormía en una hamaca de sacos y su padre, quien venía borracho, le cortaba los hilos para que se cayera al piso. Se abrazaban los dos y empezaban a reírse. Su padre tenía un caballo que se llamaba Nacional y ella aprendió a montarlo. Subía todas aquellas cuestas del río Grande de Loíza y se tiraba después en la arena. Cuando fue a estudiar en Carolina la escuela intermedia, se hospedó en casa de una señora; y al graduarse, para estar cerca de ella, la familia se fue a vivir a la barriada El Monte de Hato Rey.
“Estudió en la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico donde fue becada para entrar a la universidad. Al graduarse, primero se fue a San Lorenzo a una escuela rural en lo último de una loma que había que subir escalones de tierra. Nuestra madre murió en 1933, y ya le habían amputado una pierna por un golpe que se dio. Al morir vino un doctor que era quien la atendía, un dominicano de nombre Juan Isidro Jiménez Grullón que fue el amor de la vida de Julita. Cuando pasó todo lo de mi madre, este doctor quedó en encontrarse con ella en Cuba, pero entonces, cuando ella fue, él se fue para Estados Unidos. Allá encontró que él estaba casado con otra; y llegó sola a Nueva York. Ahí fue que se metió a la bebida”, rememora.
En la gran urbe neoyorquina comenzó a hacer actividades con el pueblo puertorriqueño y dar recitales hasta que conoció a Armando Marín con quien se casó en 1944 y nunca se divorció. Natural de Vieques, él trabajaba en una especie de departamento gubernamental que se dedicaba a la censura durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo trabajo consistía en leer las cartas antes de que llegaran a su destinatario. El era contable pero principalmente era músico y bohemio.
En el 1945, Julia regresa a Nueva York diciendo que “sea como fuere, Nueva York” constituía su segunda casa. La cuestión es que aún separándose, ellos nunca se divorcian. Cuando traen el cuerpo de Julia a Puerto Rico, el 6 de septiembre de 1953, para enterrarla, él vino con la comitiva. Fueron muy felices, cuenta Angelina, hasta que duró la relación. Nunca tuvo un hijo que fue su sufrimiento.
“Julita siempre estaba escribiendo y dando recitales. Vivía una vida como de bohemia. Fracasó en el amor, sin hijos, y por eso bebía. Pero siempre estaba muy activa recitando. En 1953 estaba dando un recital en el Carnegie Hall, entonces, al terminar salió, y se sentó en un banco de la Quinta Avenida del Parque Central y la calle 105 porque se mareó. Allí le robaron la cartera. Cuando pudo levantarse un poco, trató de ir al Flower Hospital y al abrir la puerta se cayó. Creían que estaba borracha porque no la conocían, no la atendieron y la mandaron a otro hospital donde falleció. Pasaron los meses y yo no la veía ni nada. Empecé a buscarla y a buscarla. Fui a El Barrio a donde se quedaba, a la Sociedad de Artistas Latinos, y me dijeron que fuera a los hospitales. Fui al sitio de las personas desaparecidas y no la encontré. Pero me dijeron que esperara para verificar en la morgue y ahí la identifiqué por las manos, las cejas y por una sortija que tenía”, subrayó.
Entonces, Angelina llamó a Puerto Rico para informar lo que había pasado y la Eastern Air Lines recogió su cadáver del Bronx, desde donde vinieron poetas y escritores puertorriqueños de todos lados y la cargaron. La Eastern pagó todos los gastos y la enterraron en Puerto Rico. El gobernador Luis Muñoz Marín la recibió junto con los artistas en el aeropuerto y la enterraron en Carolina.
Recuerdos de Consuelo
Unida a la evocación de su recuerdo, la fenecida Consuelo Burgos, hermana de Julia Constanza Burgos García. contaba que de adolescente, en la barriada El Monte de Río Piedras, Julita, se pasaba adornando los niños muertos de los baquinés de su barrio o corriendo por la vía del tren esperando agarrar algunas cañas para comérselas, o sencillamente recitándole sus poemas.
Recordaba también rebuscando el pasado, que como niña estudiante, Julita se hospedaba en Carolina, y que antes, como cuando llegaba al mercado con su madre para vender las viandas de su tala, después de repechar el monte hasta llegar al Barrio Santa Cruz, no esperaba para llegarse a su charca íntima, y luego, como dice uno de sus versos “se treparía desnuda a los árboles para secarse”.
“Siempre tuvo una libertad innata. Julita era espigada, atlética. Su vida era correr por el campo; improvisaba versos y la gente la admiraba por los supuestos disparates tan lindos que decía. Nuestro padre era un aventurero, un bohemio, se la pasaba bebiendo. Usaba unas botas grandes y se pasaba imitando al Quijote. Cantaba siempre una canción que decía ‘dicen que los muertos reposan en calma’. Y cuando no llegaba, Julita tenía que ir a buscarlo al cementerio porque se pasaba brincando y cantando sobre las tumbas”, afirmó otrora Doña Consuelo.
“La casa tenía un solo cuarto, una salita con techo de paja, unos canastos donde se guardaba la comida y una cocina con un fogón, rodeado del huerto casero de la comida de cada día; y de un jardín lleno de azucenas, nardos y gardenias. El aroma de las flores rodeaba todo y reflejaba el espíritu sutil de nuestra madre. Después de todo la vida era ruda, pero en nuestro universo todo se explicaba. Nuestro padre nos dio el espíritu aventurero que hacía que nosotras le buscáramos soluciones a todas las cosas. Nuestra madre suavizaba la realidad. Y Julita vivía en un mundo que llegó a prolongar hasta la adolescencia. Es el mismo mundo que permea su poesía como un santuario”, expresó.
Ya en la barriada El Monte de Hato Rey —donde ubican hoy los modernos condominios— Julia insistió en estudiar en la Escuela Superior de la UPR hasta que la aceptaron. En la familia, todos trabajaron para que ella pudiera estudiar. A doña Consuelo la mandaban a vender guineos, cosía con Julita y con su madre hacía bordados.
“Mi padre seguía su vida de aventuras y sufrimos la persecución cuando íbamos creciendo. La libertad innata de Julia chocaba con las ideas conservadoras de mi padre. El era socialista, que en aquella época eran anexionistas; y Julita era rebelde, expresando entusiasmo par el amor patrio”, indicó.
El cambio de ambiente al sector de la parada 36 1/2 les hizo sentir la opresión política. Burgos hizo la observación de que la violencia y la diferencia de clases caló hondo en Julia, pero todavía cargaba la ingenuidad de su niñez. En esta etapa escribía las cartas de amor de la gente en el barrio, se encargaba de los adornos de los baquinés y cuidaba el centro espiritista de la comunidad.
Varios años después se convertiría en ‘Hija de la libertad’ del Partido Nacionalista Puertorriqueño, terminó diciendo su hermana.
Basados en la fragilidad de la memoria —sobre todo la colectiva— valen retrotraer los últimos recuerdos de la inmortal poeta boricua Julia de Burgos (1917-1953), de boca de sus fenecidas hermanas Consuelo y Angelina, según recogidas por este redactor, y que dibujan la sensibilidad y pasión de la poeta y de la vida que llevó con sus 12 hermanos criados en la extrema pobreza, en el barrio Santa Cruz de Carolina, durante el primer cuarto del siglo XX puertorriqueño.
A un siglo de su nacimiento, la eximia creadora de ‘Poemas exactos a mí misma’ (1937), ‘Poema en 20 surcos’ (1938), y ‘Canción de la verdad sencilla’ (1939), todavía penetra incisivamente la psiques iberoamericana, con toda una lírica que devela al amor y la muerte presentida, así como la defensa de los derechos de la mujer, la protesta social, la rebeldía y la compenetración del misterio.
Recuerdos de Angelina
“Nosotros éramos 13 hermanos. Julia era la mayor; Carmen, la segunda; Consuelo, la tercera y yo venía siendo la cuarta de las mujeres. Tuve un hermano, José Francisco Burgos, que vivió en Brooklyn e Iris Violeta quien residía en Rhode Island. Todos los demás se murieron pequeñitos. Su niñez fue de una vida muy libre en el campo. Se iba a correr caballo y después cuando se sentía triste iba a sentarse a la orilla del Río Grande de Loíza. Allí pasaba los días, le tiraba lirios salvajes al río y se adornaba la cabellera con flores silvestres”.
Describió Angelina que todos vivían en una casa de paja que no tenía puertas ni ventanas. Julia dormía en una hamaca de sacos y su padre, quien venía borracho, le cortaba los hilos para que se cayera al piso. Se abrazaban los dos y empezaban a reírse. Su padre tenía un caballo que se llamaba Nacional y ella aprendió a montarlo. Subía todas aquellas cuestas del río Grande de Loíza y se tiraba después en la arena. Cuando fue a estudiar en Carolina la escuela intermedia, se hospedó en casa de una señora; y al graduarse, para estar cerca de ella, la familia se fue a vivir a la barriada El Monte de Hato Rey.
“Estudió en la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico donde fue becada para entrar a la universidad. Al graduarse, primero se fue a San Lorenzo a una escuela rural en lo último de una loma que había que subir escalones de tierra. Nuestra madre murió en 1933, y ya le habían amputado una pierna por un golpe que se dio. Al morir vino un doctor que era quien la atendía, un dominicano de nombre Juan Isidro Jiménez Grullón que fue el amor de la vida de Julita. Cuando pasó todo lo de mi madre, este doctor quedó en encontrarse con ella en Cuba, pero entonces, cuando ella fue, él se fue para Estados Unidos. Allá encontró que él estaba casado con otra; y llegó sola a Nueva York. Ahí fue que se metió a la bebida”, rememora.
En la gran urbe neoyorquina comenzó a hacer actividades con el pueblo puertorriqueño y dar recitales hasta que conoció a Armando Marín con quien se casó en 1944 y nunca se divorció. Natural de Vieques, él trabajaba en una especie de departamento gubernamental que se dedicaba a la censura durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo trabajo consistía en leer las cartas antes de que llegaran a su destinatario. El era contable pero principalmente era músico y bohemio.
En el 1945, Julia regresa a Nueva York diciendo que “sea como fuere, Nueva York” constituía su segunda casa. La cuestión es que aún separándose, ellos nunca se divorcian. Cuando traen el cuerpo de Julia a Puerto Rico, el 6 de septiembre de 1953, para enterrarla, él vino con la comitiva. Fueron muy felices, cuenta Angelina, hasta que duró la relación. Nunca tuvo un hijo que fue su sufrimiento.
“Julita siempre estaba escribiendo y dando recitales. Vivía una vida como de bohemia. Fracasó en el amor, sin hijos, y por eso bebía. Pero siempre estaba muy activa recitando. En 1953 estaba dando un recital en el Carnegie Hall, entonces, al terminar salió, y se sentó en un banco de la Quinta Avenida del Parque Central y la calle 105 porque se mareó. Allí le robaron la cartera. Cuando pudo levantarse un poco, trató de ir al Flower Hospital y al abrir la puerta se cayó. Creían que estaba borracha porque no la conocían, no la atendieron y la mandaron a otro hospital donde falleció. Pasaron los meses y yo no la veía ni nada. Empecé a buscarla y a buscarla. Fui a El Barrio a donde se quedaba, a la Sociedad de Artistas Latinos, y me dijeron que fuera a los hospitales. Fui al sitio de las personas desaparecidas y no la encontré. Pero me dijeron que esperara para verificar en la morgue y ahí la identifiqué por las manos, las cejas y por una sortija que tenía”, subrayó.
Entonces, Angelina llamó a Puerto Rico para informar lo que había pasado y la Eastern Air Lines recogió su cadáver del Bronx, desde donde vinieron poetas y escritores puertorriqueños de todos lados y la cargaron. La Eastern pagó todos los gastos y la enterraron en Puerto Rico. El gobernador Luis Muñoz Marín la recibió junto con los artistas en el aeropuerto y la enterraron en Carolina.
Recuerdos de Consuelo
Unida a la evocación de su recuerdo, la fenecida Consuelo Burgos, hermana de Julia Constanza Burgos García. contaba que de adolescente, en la barriada El Monte de Río Piedras, Julita, se pasaba adornando los niños muertos de los baquinés de su barrio o corriendo por la vía del tren esperando agarrar algunas cañas para comérselas, o sencillamente recitándole sus poemas.
Recordaba también rebuscando el pasado, que como niña estudiante, Julita se hospedaba en Carolina, y que antes, como cuando llegaba al mercado con su madre para vender las viandas de su tala, después de repechar el monte hasta llegar al Barrio Santa Cruz, no esperaba para llegarse a su charca íntima, y luego, como dice uno de sus versos “se treparía desnuda a los árboles para secarse”.
“Siempre tuvo una libertad innata. Julita era espigada, atlética. Su vida era correr por el campo; improvisaba versos y la gente la admiraba por los supuestos disparates tan lindos que decía. Nuestro padre era un aventurero, un bohemio, se la pasaba bebiendo. Usaba unas botas grandes y se pasaba imitando al Quijote. Cantaba siempre una canción que decía ‘dicen que los muertos reposan en calma’. Y cuando no llegaba, Julita tenía que ir a buscarlo al cementerio porque se pasaba brincando y cantando sobre las tumbas”, afirmó otrora Doña Consuelo.
“La casa tenía un solo cuarto, una salita con techo de paja, unos canastos donde se guardaba la comida y una cocina con un fogón, rodeado del huerto casero de la comida de cada día; y de un jardín lleno de azucenas, nardos y gardenias. El aroma de las flores rodeaba todo y reflejaba el espíritu sutil de nuestra madre. Después de todo la vida era ruda, pero en nuestro universo todo se explicaba. Nuestro padre nos dio el espíritu aventurero que hacía que nosotras le buscáramos soluciones a todas las cosas. Nuestra madre suavizaba la realidad. Y Julita vivía en un mundo que llegó a prolongar hasta la adolescencia. Es el mismo mundo que permea su poesía como un santuario”, expresó.
Ya en la barriada El Monte de Hato Rey —donde ubican hoy los modernos condominios— Julia insistió en estudiar en la Escuela Superior de la UPR hasta que la aceptaron. En la familia, todos trabajaron para que ella pudiera estudiar. A doña Consuelo la mandaban a vender guineos, cosía con Julita y con su madre hacía bordados.
“Mi padre seguía su vida de aventuras y sufrimos la persecución cuando íbamos creciendo. La libertad innata de Julia chocaba con las ideas conservadoras de mi padre. El era socialista, que en aquella época eran anexionistas; y Julita era rebelde, expresando entusiasmo par el amor patrio”, indicó.
El cambio de ambiente al sector de la parada 36 1/2 les hizo sentir la opresión política. Burgos hizo la observación de que la violencia y la diferencia de clases caló hondo en Julia, pero todavía cargaba la ingenuidad de su niñez. En esta etapa escribía las cartas de amor de la gente en el barrio, se encargaba de los adornos de los baquinés y cuidaba el centro espiritista de la comunidad.
Varios años después se convertiría en ‘Hija de la libertad’ del Partido Nacionalista Puertorriqueño, terminó diciendo su hermana.
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