Aquella tarde buscaba apartarme del ruido y encontrar un lugar
donde tomar una copa de vino en paz. Y
finalmente encontré un bar silencioso y acogedor. En una silla solitario alcancé
a ver a mi amigo Miguel, aquella figura bajita y llenita muy alerta como a la defensiva. De inmediato te saludé efusivamente.
Vestía siempre muy elegante. Levantaste la
vista con un sutil, casi invisible movimiento de cabeza y me diste las “buenas tardes”. Me dijiste como de costumbre
algo jocoso. Tus ojos solo miraban lo
que quería ver. Parecías un hombre
huraño y solitario. Aunque a veces querías pasar inadvertido, casi nunca lo
lograbas, tu voz se levantaba como la de un gigante. El gesto, la presencia y la
forma tuya de actuar se dejaba sentir. Siempre
provocaste en mí una mezcla de curiosidad y admiración por la forma interesante
de mirar con intensidad y sentido al mundo.
Cada vez se te hacia más difícil soportar la
cotidianidad de las cosas que acontecían en tu pueblo. Preferías divagar en
temas de historia, cultura y la música que era tu pasión. Observaba el cambio en
tu semblante al escuchar la música de tu agrado. Te alejabas como en una especie de viaje cósmico.
Recuerdo en tu residencia los discos
apilados, adornando el entorno como un preciado nicho. Eran como unas especies de
juguetes atesorados. Sin lugar a dudas aquellos discos era tú contacto con la obra
humana que evoca la vida, las huellas que deja a su paso la belleza de la
creatividad. Te ocupabas de ilustrarnos con aquellas creaciones musicales.
Miguel, fuistes de esos amigos que a su
paso, van dejando huellas. Nos deja recuerdos
de momentos gratos como la rica y amena charla, el descubrir un nuevo evento o
dato, el secreto de un músico o una palabra de aliento luego de una frustración
por algún proyecto no logrado.
La vida a veces pasa muy rápido o solemos prestar atención a cosas que nos
distraen y se nos olvida de decirles a los amigos lo mucho que los apreciamos.
Se nos olvida aquilatar la importancia de una amistad cuya cercanía humana nos
sacude, nos alienta y conforta. Así fue tu amistad, recuerdo que aunque
pretendías cubrirte con aquellas capas intocables de desentendido, siempre nos
cautivaba con la universalidad de tu reciedumbre humana. Te observé expresarte
con pasión para llegar a los demás, como
para querer salir del cautiverio de tú soledad.
Recuerdo que te gustaban mis escritos y
hacías que los colocara en letras grandes para facilitarte la lectura. Tus
comentarios siempre venían acompañados de alguna anécdota que hilvanaba un
pensamiento comprensivo mayor. De ahí se abría la oportunidad a un diálogo
enriquecedor.
A veces me parecías
un caballero salido de un libro épico. Te observé con espada en mano librando
grandes batallas contra la incomprensión y desidia. Tus argumentos muchas veces
incomprendidos chocaban frontalmente contra los pensamientos imperantes y simples. Era conmovedor después de la
larga lucha ver como resaltaba tu deslumbrante verdad.
Como partiste tan
rápido y a tu manera no tuve oportunidad de despedirme querido amigo. Estoy seguro que al igual que yo, son muchas
las amistades que nos quedamos con tú imagen en la memoria. En esa memoria se anidan los gratos recuerdos que nos deja
tu amistad.
Imagino tu barca navegando
con musicalidad por los otros mares. De seguro allá te estarán esperando
Salvador Abreu, Santiago Maunez, Cali Cora, William Vázquez, Amador Cardona,
William Ubiles, Roberto Martínez entre otros integrantes del Grupo Celestial de
Amantes de la Música de Ayer.
Hasta siempre querido
amigo…
Prof. Félix Báez
Neris
17 de enero de 2013
Humacao, Puerto Rico
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