viernes, 18 de enero de 2013

Carta póstuma al amigo Miguel Fernandez



Aquella tarde buscaba  apartarme del ruido y encontrar un lugar donde  tomar una copa de vino en paz. Y finalmente encontré un bar silencioso y acogedor. En una silla solitario alcancé a ver a mi amigo Miguel, aquella figura bajita y llenita muy alerta como a la defensiva. De inmediato te saludé efusivamente. 

Vestía siempre muy elegante. Levantaste la vista con un sutil, casi invisible movimiento de cabeza y me diste las  “buenas tardes”. Me dijiste como de costumbre algo jocoso.  Tus ojos solo miraban lo que quería ver. Parecías  un hombre huraño y solitario. Aunque a veces querías pasar inadvertido, casi nunca lo lograbas, tu voz se levantaba como la de un gigante. El gesto, la presencia y la forma tuya de actuar se dejaba sentir.  Siempre provocaste en mí una mezcla de curiosidad y admiración por la forma interesante de mirar con intensidad y sentido al mundo. 

Cada vez se te hacia más difícil soportar la cotidianidad de las cosas que acontecían en tu pueblo. Preferías divagar en temas de historia, cultura y la música que era tu pasión. Observaba el cambio en tu semblante al escuchar la música de tu agrado. Te alejabas como en una especie de viaje cósmico. 

Recuerdo en tu residencia los discos apilados, adornando el entorno como un preciado nicho. Eran como unas especies de juguetes atesorados. Sin lugar a dudas aquellos discos era tú contacto con la obra humana que evoca la vida, las huellas que deja a su paso la belleza de la creatividad. Te ocupabas de ilustrarnos con aquellas creaciones musicales. 

Miguel, fuistes de esos amigos que a su paso, van dejando huellas. Nos deja  recuerdos de momentos gratos como la rica y amena charla, el descubrir un nuevo evento o dato, el secreto de un músico o una palabra de aliento luego de una frustración por algún proyecto no logrado.

La vida a veces pasa muy rápido  o solemos prestar atención a cosas que nos distraen y se nos olvida de decirles a los amigos lo mucho que los apreciamos. Se nos olvida aquilatar la importancia de una amistad cuya cercanía humana nos sacude, nos alienta y conforta. Así fue tu amistad, recuerdo que aunque pretendías cubrirte con aquellas capas intocables de desentendido, siempre nos cautivaba con la universalidad de tu reciedumbre humana. Te observé expresarte con pasión  para llegar a los demás, como para querer salir del cautiverio de tú soledad.  

Recuerdo que te gustaban mis escritos y hacías que los colocara en letras grandes para facilitarte la lectura. Tus comentarios siempre venían acompañados de alguna anécdota que hilvanaba un pensamiento comprensivo mayor. De ahí se abría la oportunidad a un diálogo enriquecedor.  

A veces me parecías un caballero salido de un libro épico. Te observé con espada en mano librando grandes batallas contra la incomprensión y desidia. Tus argumentos muchas veces incomprendidos chocaban frontalmente contra los pensamientos imperantes y simples. Era conmovedor después de la larga lucha ver como resaltaba tu deslumbrante verdad.

Como partiste tan rápido y a tu manera no tuve oportunidad de despedirme querido amigo.  Estoy seguro que al igual que yo, son muchas las amistades que nos quedamos con tú imagen en la memoria.  En esa memoria  se anidan los gratos recuerdos que nos deja tu amistad.  

Imagino tu barca navegando con musicalidad por los otros mares. De seguro allá te estarán esperando Salvador Abreu, Santiago Maunez, Cali Cora, William Vázquez, Amador Cardona, William Ubiles, Roberto Martínez entre otros integrantes del Grupo Celestial de Amantes de la Música de Ayer. 

Hasta siempre querido amigo… 

Prof. Félix Báez Neris
17 de enero de 2013
Humacao, Puerto Rico

 

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